Llegó
al país con su familia desde China en 1995; su única condición para
acompañarlos fue que aquí pudiera competir y se convirtió en el mejor de la
historia nacional; la historia de un hombre cuyo lugar en el mundo fue uno: una
mesa para demostrar su amor hacia este deporte En China, la tierra madre del tenis
de mesa, fue N°8. Comenzó a los nueve años y desde entonces jamás se apartó de
una raqueta de ping pong. Asistió a una escuela especial para deportistas. “A
veces hasta de noche entrenábamos”, relata a canchallena.com. Un día su familia
decidió buscar suerte en otro país. El destino: la Argentina. Pero él sólo
tenía una preocupación ¿existe el tenis de mesa en ese país extraño cuyo único
dato que tenía era que había un famoso equipo de fútbol llamado Boca Juniors?
Antes de cualquier papelerío que necesitara para arribar al país más austral
del mundo, Liu Song le solicitó a su hermana mayor que lo contactara con la
Federación Argentina de Tenis de Mesa (FATM). Si podía continuar con su pasión,
viajaría con su familia. Y así fue “Ni bien llegué empecé a entrenar en el
Cenard”, cuenta el mejor jugador de ping pong que tuvo la Argentina. Liu Song
tenía 23 años y era 1995. El sanjuanino Pablo Tabachnik hacía sus primeras
armas en el Panamericano de Mar del Plata. Se encontraron y nació la dupla que
más alegrías le dio al tenis de mesa nacional.
Fueron
subcampeones panamericanos en Winnipeg 99 y Rio de Janeiro 2007. “Casi todo mi
vida en tenis de mesa, estuve con Pablo compitiendo. Somos muy amigos”,
confiesa Song desde Burdeos, donde hoy compite profesionalmente, tras deambular
con su familia y con el ping pong por países como Alemania, Suiza y Croacia. 15
años pasaron de aquel llamado de su hermana para saber si su hermano podía
seguir con el tenis de mesa en la Argentina. En ese tiempo, fue cinco veces
campeón latinoamericano, formó una familia y tuvo dos hijos (Cristina, de ocho
años, y Félix, de un año y medio). Además, participó en tres juegos olímpicos.
Liu Song no lo duda: “Gracias a la Argentina puedo seguir con mi deporte, puedo
viajar tanto y puedo competir. Siempre le voy a agradecer a la Federación.
Siempre me trataron muy bien. Y eso me ayudó mucho”, relata desde el otro lado
del teléfono, con aroma a nostalgia de tango. El sabe que está en los últimos
metros de su extensa carrera, y aún no definió cómo será su vida después del
tenis de mesa, aunque su deseo es seguir en el mundo del ping pong, y lo ideal
para él es que sea en esa otra patria que lo arropó en lo personal y en lo
deportivo. “Cuando me retire quiero seguir como entrenador ¿Y por qué no ser el
entrenador de la selección argentina, y pasar toda mi experiencia a los más
jóvenes?”, se ilusiona Song. Sabe que la realidad nacional es otra que la
europea y que no es fácil volver. “Sé que tenemos varios jóvenes interesantes”,
se entusiasma, nuevamente ¿Se cumplirá el último deseo de Song? Dicen que la
tierra tira. Y su patria siempre estuvo donde pudo ser feliz con el tenis de
mesa. Aquí, alguna vez lo fue.