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martes, 6 de diciembre de 2016

El canto del Urutaù

NENIA 
(Canción Fúnebre)

En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú ­
¡llora, llora urutaú!

¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón partido
sólo amargas penas hay ­
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!

Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.

Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá ­
¡Lo mataron los cambá!

¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué, cielos, no morí!...

¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú-
¡Llora, llora, urutaú!



de Carlos Guido y Spano

martes, 1 de noviembre de 2016

La Posada de las tres cuerdas - Ana María Shua


 
 Los dos jóvenes iban muy erguidos sobre sus caballos y llevaban katanas (sables de samurai) Iban cubiertos de polvo por el largo viaje, y la seda de sus vestiduras colgaba echa jirones. Pero los campesinos que los veían pasar sabían  que se trataba de dos caballeros.
Junquito y Koichi eran dos hermanos que volvían a la casa de sus padres. Su señor y jefe  había sido vencido en la guerra. Habían luchado mucho y con valor, pero ahora, a pesar de ser jóvenes, se sentían viejos, tristes y cansados. Aunque nunca hubieran aceptado decirlo en voz alta, aunque nunca se lo dijeran siquiera a sí mismos. Aunque siguieran hablando como hablan los hombres en Japón: con voz ronca y cortante, como si todo lo que dicen, hasta una pregunta o un comentario, fuera una orden violenta.
La guerra los había llevado lejos y deseaban  llegar lo más pronto posible a su ciudad natal. Por eso apuraban el paso de sus caballos y se detenían apenas lo necesario para comer y dormir.
Descansaban en las horas más calurosas del día, cuando el sol estaba alto en el cielo, y aprovechaban para avanzar el fresco del amanecer y las últimas horas de la tarde.
Una noche, cuando ya estaban a pocos días de viaje de su ciudad natal, llegaron a un bosquecillo. Junchiro, el más joven, propuso seguir adelante.
-El bosque no es espeso. La noche es fresca pero no fría. Del otro lado debe haber una aldea o tal vez una posada donde podemos descansar más cómodos.
-Tenemos que cuidar nuestros caballos- le contestó Koichi-. Necesitan descanso. No tenemos dinero para comprar otros. Mañana al amanecer seguiremos adelante.
Junchiro se burló de su hermano mayor con todo el mal humor que su propio cansancio le provocaba. Lo acusó de cobarde sabiendo que era mentira.
-Los fantasmas del bosque le dan miedo a un guerrero. ¿O acaso está asustado  de los zorros y los conejos?
Koichi, sin contestarle, empezó a desensillar tranquilamente su agradecido caballo.
Pensando que después de todo ya estaba tan  cerca de su casa que no le importaría seguir solo (y con secreta esperanza que Koichi lo alcanzara) Junchiro apuró a su caballo y entró en el bosquecillo.
Estaba muy oscuro. Después de dormir durante todo el día, el mundo de la noche había despertado: había luciérnagas y mariposas nocturnas y búhos y gatos salvajes y se escuchaban los crujidos de los árboles y el canto de las cigarras.
Junchiro se sentía feliz: era bueno escuchar esa música en lugar del sonido de las espadas y los gritos de los hombres heridos.
Sin embargo lo sorprendió que el bosquecillo fuera tanto más grande de lo que había supuesto. Antes de cruzarlo le había parecido divisar sus límites. En cambio ahora, a la luz de la luna, no alcanzaba a ver más allá de los árboles más cercanos, que crecían cada vez más juntos, como si se espesaran para cerrarle el paso.
Hacía ya dos horas que cabalgaba, enojado consigo mismo por no haber sabido calcular hasta dónde llegaban los árboles, cuando vio, en un claro, una casa iluminada. El cartel de la puerta decía así: Posada de las Tres Cuerdas.
Junchiro desmontó, muy contento de haber encontrado un lugar agradable donde pasar el resto de la noche. Ató su caballo, se quitó las sandalias y entró en una habitación grande iluminada por una lámpara de aceite.
Era un lugar cómodo y limpio. El suelo estaba cubierto (como en todas las casas japonesas) por esterillas nuevas. Junto a la lámpara había una tetera de porcelana y, al costado, sobre una bandeja de plata, había una botella de sake y un tazón pequeño. La habitación estaba bacía y el silencio era absoluto.
Junchiro estaba agotado. La discusión con su hermano le había dado fuerzas para llegar hasta allí, pero ahora lo que más deseaba en el mundo era acostarse y dormir.
Si no hubiese estado tan cansado, tal vez le hubieran llamado la atención algunos detalles: ese silencio tan grande en toda la casa, la puerta abierta, la bandeja servida como esperándolo.
La noche en el bosque era húmeda y fría y Junchiro se sintió satisfecho de estar en un lugar caliente y cómodo. Sin pensar en nada más.
Sin ninguna preocupación, el joven se sirvió un tazón de sake caliente. Mientras el vino de arroz corría  agradablemente por su garganta, escuchó unos pasos livianos y claros en las escaleras que llevaban al primer piso.
Una jovencita bellísima, vestida de seda, entró en la habitación. Junchiro estaba ya casi arrepentido de haber entrado sólo en el bosque, pero cuando vio a la joven se felicitó por la decisión  que le iba a permitir pasar la noche en tan buena compañía.
El cansancio y la sensación de confusión provocada por el vino, más fuerte de lo que parecía al probarlo, le quitaban las ganas de hablar.
Era verdaderamente hermosa, con carita delicada pintada de blanco, los brillantes ojos negros y la cabellera larga y espesa sostenida en lo alto de la nuca por un peine de marfil y agujetas de plata. Su kimono de seda roja estaba bordado de flores y un cinturón dorado apretaba su finísima cintura, tan ajustado que casi parecía cortarla en dos.
En sus manos blancas y graciosas, sostenía un instrumento de cuerdas japonés, un shamizen, con sus tres cuerdas tensas sobre la caja de resonancia cubierta de cuero negro.
La joven se arrodilló con elegancia, inclinándose ante Junchiro. El guerrero quiso pedir disculpas por haber entrado así, sin haber sido invitado. Pero ella no lo dejó hablar. Con una sonrisa maravillosa le ofreció otro tazón de sake.
De pronto Junchiro notó que la joven no había pronunciado ni una sola palabra desde que entró en la habitación, ni siquiera un saludo. Probablemente sería sordomuda. Y le agradeció por señas el segundo tazón de vino que ella le alcanzaba ahora y que, servido por sus manos, parecía tener un sabor todavía más delicioso.
Sin embargo, cuando quiso ofrecerle un tazón a ella, la muchacha no lo aceptó. En cambio, tomó su instrumento y empezó a tocar. Una melodía como Junchiro nunca antes había escuchado llenó la habitación. Por momentos era dulce y melodiosa, por momentos era violenta. Parecía asaltarlo casi como un dolor, desde todas partes, atrapándolo en sus notas.
Mientras tocaba, la muchacha no le quitaba de encima esos ojos que parecían despedir rayos. Junchiro quiso levantarse para acercarse más a ella, pero las piernas y los brazos no le obedecían. Tampoco él podía separar su mirada  de la de ella y pronto fue como si no hubiera nada más en el mundo que esas pupilas negras y enormes que lo quemaban por dentro y esa música que lo encadenaba.
Junchiro había olvidado todo lo que lo rodaba. Había olvidado a su hermano Koichi y las tristezas de la guerra y también a sus padres y su ciudad. Recostado contra una de las columnas que sostenían el techo de la casa, bebía con la mirada la belleza de la muchacha, mientras la extraña música se apoderaba del aire y del espacio.
Cada vez que la joven tocaba la cuerda del medio del shamizen una nota más alta y más vibrante que las demás resonaba en el cuarto. Y Junchiro sentía que algo invisible, frío y pegajoso, se enroscaba alrededor de su cuello y su cara. Con esfuerzo consiguió llevarse  la  mano al cuello y  la impresión desapareció, como si con su gesto hubiese roto una cuerda invisible.
La jovencita pareció sentirse molesta por su movimiento. Pero apenas por en instante frunció las cejas. Su maravillosa sonrisa volvió inmediatamente y siguió tocando el shazimen. La cuerda del medio vibraba cada vez más fuerte y más seguido y Junchiro se sentía atrapado por esa cosa invisible que lo aprisionaba.
A pesar del sueño y el malestar que le había provocado el vino de arroz, el joven samurai comprendió aterrado que había caído en una trampa. Reuniendo todas sus fuerzas, consiguió sacar su katana de la vaina.
Cuando la jovencita vio el sable desenvainado, ya no intentó disimular su enojo. Furiosa y descontrolada, tocó con tanta fuerza la cuerda del medio que se rompió. Alargándose, la cuerda voló a enroscarse en el cuello de Junchiro. Era demasiado tarde para intentar nada: estaba atrapado, atado a la columna. Sin embargo, a pesar de tener el brazo casi inmovilizado, logró arrojar el sable, que se clavó profundamente en la caja negra del instrumento musical.
La furia de la muchachita desapareció de golpe. Su cara blanca y fina pareció enflaquecer de pronto y tomó una expresión triste, dolorosa. Se levantó, alzó su instrumento del suelo, y volvió a subir las escaleras silenciosamente, con cierta dificultad.
Un silencio pesado envolvía la casa. Por la ventana entraba el frío de la noche. La llama de la lámpara flameó y finalmente se apagó. El prisionero quedó sólo en la más negra oscuridad. El agotamiento fue más fuerte que el terror y Junchiro, en su incomoda
Prisión, se quedó dormido.
Lo despertó la luz del amanecer. Junchiro miró a su alrededor y casi no pudo reconocer el lugar donde se encontraba.. Las esterillas que cubrían el piso eran restos rotos, viejos, cubiertos de polvo. La puerta que creía haber empujado al llegar estaba tirada en el suelo, con la madera podrida y llena de gusanos. En lugar de la tetera había un montón de cenizas. En lugar de la botella de sake y el tazón había dos piedras.
¿Había sido un sueño? Pero la cuerda fría y pegajosa que lo ataba todavía a la columna era completamente real. Junchiro tironeó para soltarse pero no pudo. También eran reales las gotas de sangre fresca en el piso: iban hacia las escaleras.
En ese momento escuchó la voz tranquilizadora de su hermano, que lo llamaba por su nombre. Gritó para guiarlo y con enorme alegría lo vio entrar en La  Posada de las Tres Cuerdas.
Con su katana, Koichi cortó las ligaduras que ataban a su hermano. No se abrazaron porque los samuráis no se abrazan, pero se miraron como si lo hicieran.
Junchiro le contó a su hermano las aventuras de la noche anterior. Después siguieron por las escaleras el rastro de sangre fresca que subía hacia el piso superior. En la confusión de esa noche terrible, sin saber claramente que había sucedido en realidad, confundido por la borrachera, Junchiro temía haber herido a la hermosa dueña de casa.
Subiendo con mucho cuidado los escalones rotos y carcomidos, llegaron a la habitación del primer piso.
Allí, debajo de una enorme tela desgarrada, del tamaño de un hombre, encontraron a una gigantesca araña muerta, atravesada por la katana de Junchiro.



Título: La Posada de las Tres Cuerdas
Autor: Ana María Shua
Editorial: Sudamericana S.A.
Colección: La fábrica del terror

Año: 1998

viernes, 28 de octubre de 2016

LA INMIGRACIÓN


MONUMENTO A LOS INMIGRANTES

Leé las noticias:


http://www.teleemoslasnoticias.com/es/articulo/8221/Luce-el-nuevo-Monumento-a-los-Inmigrantes

¿Por qué te parece que se realizó este monumento y es tan importante?


Observá la pintura "Os Emigrantes"  de Carlos Rocco:


1- Describe la pintura.
2- ¿Te parece que estas personas están paseando o, de vacaciones? ¿Por qué?

viernes, 30 de septiembre de 2016

Guión Radio Bicentenario

Nuevamente  ¡Muy Buenos Días!!!  Una vez más nos encontramos en Radio villa Urqui en el 1715 del dial con toda la información al instante.
Y como el Bicentenario es todo el año ¡Estamos de fiesta corrida!
Nos encontramos aquí Locutor 2, Locutor 3, Locutora 4 y quien les habla…Locutor 1. ¿Cómo están ustedes?

Locutor 2: Otra vez con mucha expectativa

Locutor 3: ¡Y si! Después de las noticias que tenemos  desde hace varios meses, es necesario  tomar una resolución

Locutora 4: Buenos Días! Parece que hay una movida importante y algunos dicen que es a pedido de San Martín

Locutor 1: Y si, es así. Acá esperando noticias porque algunas fuentes nos informan que varios altos funcionarios de nuestro país se reunirían en Tucumán. Pero esta vez tampoco nos podemos olvidar de nuestros auspiciantes…
Locutora de propagandas: Llamá  al 45352233 JULIO, al 152233JULIO o a @radiovillaurqui #seviene la independencia
Locutor 1: Vamos al móvil porque tenemos un alerta
Móvil 1: Buenos días acá…. Desde Tucumán. Varios funcionarios estarían llegando desde distintos puntos del país para acordar una situación  definitiva a nuestros problemas y seguir resistiendo la invasión de los godos.
Algunos llegarán en carruajes pero hubo ciertas confusiones.
Escuchamos una grabación exclusiva de una de las comunicaciones:

Anchorena: Hola! Se encuentra Juan JoséPaso?
Alguien: Le paso
JJ Paso: Hola!Quién habla?
Anchorena
JJ Paso: Si, te escucho…
Anchorena: Mirá, esto viene así: Gorriti y Boedo vienen por la ruta 40, Cabrera y Bulnes por la 9. Yo voy  por Panamericana…Vos, ¿Por dónde andás?
JJ Paso: Yo voy a Caballito
Anchorena: ¡Queeeé?? ¡Te fuiste para el otro lado!!
JJ Paso: Nooo, digo que voy a caballito. ¡Si no llego empiecen sin mí!!

Hasta aquí nuestra información. Seguimos comunicados.
Locutor 1: ¡Gracias Móvil 1! Seguimos esperando las resoluciones. ¡Parece que hay mucho lío! Escuchemos el informe del tránsito:
Aquí sobrevolando la casita de Tucumán. Se ven llegar varias galeras. Hace 25 días que salieron así que ya están llegando.
Por otra parte también se ven sopandas y carretas. Estas últimas por supuesto salieron antes- ¡Nunca se vió un embotellamiento semejante!
Locutor 2: ¡Parece que se vienen no!!
Locutor 3: Sii. Se hace muy necesaria la Independencia, al caer Napoleón y con la liberación del rey, quieren volver a colonizar. ¡No se puede permitir!!
Locutora 4: ¡Dicen que hasta San Martín dijo que la Independencia se hace imperiosa!
Locutor 1. Parece que es asi…pero, como siempre,  no nos podemos olvidar de nuestros auspiciantes…
¡Basta de ir a la playa y escuchar tooodo el tiempo…!!
“Pochoclo manía, pochoclo manía
Las manos arriba, pochoclo manía
Pidan y pidan
Es nutritivo, Pochoclo manía”
Tu publicidad puede llamar la atención igual, sin ruidos molestos con el nuevo DRON PUBLICITY . Vehículos no tripulados pilotados por control remoto,  que se utilizaban con fines militares en misiones de vigilancia o ataque y…¡Por qué no? Para publicitar tu marca!! ¡Llame ya!! DRONE PUBLICITY. Nuestros anunciantes: Fábrica de pizzas, Helados Pirulo, Pochclomanía-

¿Querés comunicarte? Escuchá este tesimonio de suma importancia:
(propaganda de Juicio al celular cortada) Si tenés un celular que te da vergüencita, adquirí tu I PHONE 7 y entérate de los últimos acontecimientos de la Independencia en tiempo real. I PHONE el que usa BELGRANO. Gente como uno!!

Intriga…drama…pasión…shopping…¿Shopping? No se pierda---“Día de amigas” El radioteatro que llegará a la televisión. “Día de amigas” En horario Apto para todo público.
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Locutor 1: ¡Que novelón no!!??
Locutor 2. Sii!! Nunca me lo pierdo!!
Locutor 3 ¡Se sabe algo de la Independencia? Ser o no ser---
Locutor 4. ¿Parece que estarían todos! Pero todavía no se sabe nada…
Locutor 1: Sigamos entonces con lo nuestro. ¿Qué paso en “Entrometidos”?
Locutor 2: Parece que estuvieron en el backstage de la tertulia- Se dice que en la casita de Tucu
mán se están dando obras de teatro secretas…
Locutor 3. Ah! Como en el Museo Saavedra!
Locutor 2. Tenemos un informante que nos pasó por whatsapp el audio de la obra. Escuchemos…
  • Me parece que se contrataron actores equivocados para una obra tan delicada como esta!
  • Yo no estoy de acuerdo con tu opinión. ¡Además esos actores son mis amigos!
  • No porque sean tus amigos tienen que ser buenos actores
  • ¡Como se nota que nunca estuviste en un Martín Fierro!
Locutor 2. Nuestros investigadores sospechan de una rebelión de gobierno. Por eso los actores están tan nerviosos. Además de ser pésimos actores!
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Locutor 1: ¡Mejor dejemos los chismes y vamos al momento del juego!
Hay juegos frente al jardín de la República y allí tenemos un móvil también. ¡Escuchemos!

Móvil: ¡Acá hay varios juegos con la última tecnología para disfrutar!
Escuchemos a los expertos:
Ex1. ¡Ya salió el palo enjabonado! Viene para Family y su última versión para Sega también.  El palo enjabonado es un juego muy difícil pero lo bueno es que crece en cada nivel

Ex2- ¡Que tal! Lo que vemos aquí es el Balero Multijugador, con doble pantalla ypara Xbox con Kinect

Ex3- ¡Y en un tiempo muy lejano!---La consola Nintendo!! Incluye el famoso PPT o “piedra, papel o tijera” para los que no lo saben todavía!! Comprando un gallo te llevás gratis el CHICKEN FIGHTER 1800
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Locutor 1: ¡Que loco no! ¡Cuántas cosas nuevas!

Locutor 4: ¡La verdad! ¿Y usted que opina  Sr Stand Up?
Sr Stand Up: Yo estoy para otras cosas más importantes! ¡No tan modernas! ¡No sabe lo que pasó en la pulpería de la esquina!!
Locutor 3: No. ¿Qué pasó?
Sr Stand Up. Llegaron un gaucho y su china y le piden a la camarera:
-Buenas Noches¿Podría traerme un asado completo para mi y una sopita para mi señora?
- Si, como no
Terminan de comer y el gaucho vuelve a llamar a la camarera:
-¿Podría ahora traerme una sopita para mi y un asado completo para mi señora?
La camarera lo mira y le pregunta: ¿Y por qué no pidieron dos asados primero y dos sopitas después?
-¡Porque compartimos la dentadura!!
(Risas)
 Va otro, va otro…
Un día estaba lloviendo y estaba una señora en su casa- Entra un ladrón, le roba y escapa. Pero llega el comisario y se lo lleva preso. ¡Quién llamó a la policía??.... Yo, porque estaba YO- VIENDO!!!!
(risas)
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Locutor 1: Bueno, seguimos con las cosas serias…o eso creo- ¿Sabemos algo de Tucumán?
Locutor 2: ¡Pará! ¡Pará! Se viene la novela!!!!
Locutor 3: Escuchemos:
(Música)
Intriga…drama…pasión…shopping…¿Shopping? No se pierda---“Día de amigas” El radioteatro que llegará a la televisión.

E: ¡Tenemos que ir a ver a Juana!
F: ¡Bueno! ¡Dale!
(pasos- toca la puerta)
F: Ahhh!!! ¿Qué te pasó Juana?
J: Mi novio…me dejó…
R: Buenooo, vamos a tratar de animarte
F: ¡Llevándote a pasear al shopping!
J: Bueno…OK! Ay chicas! ¡Tengo hambre!
F: ¡Vamos al patio de comidas de la Casa de Tucumán!
(Ruido de comida)
R: ¿Y ahora dónde podemos ir?
J: ¿Vamos a la visita guiada!
Guía: Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma explícita cómo terminaría…
F. ¡Ay chicas….me aburrí!
R: ¡Entonces vamos a la fiesta! ¡La fiesta de Flor!
J: Entonces…¿Para qué hicimos este recorrido?
Las tres: ¡porque parece que más que la fiesta de Flor, esta va a ser flor de fiesta!!! (Risas)
Todas: ¡Lo logramos!!

Locutor 1: Y esta historia…Continuará??
Locutor 2: ¡veremos!
Locutor 3: Lo que es seguro es que tenemos novedades
Locutor 4: ¡Vamos al móvil!
Móvil: Aquí desde la Casa de Tucumán, transmitiendo en vivo. Escuchemos los acontecimientos…
(En off)
“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli.
Móvil. ¡Estas son las buenas nuevas! Volvemos a estudios.

Locutor 4: ¿Ahora parece que si lo logramos?
Locutor 3: ¡No parece! ¡Es seguro!
Locutor 2: ¡Ahora no solamente somos libres. También somos Independientes!
Locutor 1: ¡Entonces nosotros también tendremos flor de fiesta!!
Nos despedimos así una vez más de nuestro programa habitual de Radio Villa Urqui…la que siempre te escucha!!





miércoles, 14 de septiembre de 2016

Biografía de Arthur Conan Doyle


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El carbunclo azul Arthur Conan Doyle (1859 - 1930)

Dos días después de la Navidad, pasé a visitar a mi amigo Sherlock Holmes con la intención de transmitirle las felicitaciones propias de la época. Lo encontré tumbado en el sofá, con una bata morada, el colgador de las pipas a su derecha y un montón de periódicos arrugados, que evidentemente acababa de estudiar, al alcance de la mano. Al lado del sofá había una silla de madera, y de una esquina de su respaldo colgaba un sombrero de fieltro ajado y mugriento, gastadísimo por el uso y roto por varias partes. Una lupa y unas pinzas dejadas sobre el asiento indicaban que el sombrero había sido colgado allí con el fin de examinarlo.
-Veo que está usted ocupado -dije-. ¿Le interrumpo?
-Nada de eso. Me alegro de tener un amigo con el que poder comentar mis conclusiones. Se trata de un caso absolutamente trivial -señaló con el pulgar el viejo sombrero-, pero algunos detalles relacionados con él no carecen por completo de interés, e incluso resultan instructivos.
Me senté en su butaca y me calenté las manos en la chimenea, pues estaba cayendo una buena helada y los cristales estaban cubiertos de placas de hielo.
-Supongo -comenté- que, a pesar de su aspecto inocente, ese objeto tendrá una historia terrible... o tal vez es la pista que le guiará a la solución de algún misterio y al castigo de algún delito.
-No, qué va. Nada de crímenes -dijo Sherlock Holmes, echándose a reír-. Tan sólo uno de esos incidentes caprichosos que suelen suceder cuando tenemos cuatro millones de seres humanos apretujados en unas pocas millas cuadradas. Entre las acciones y reacciones de un enjambre humano tan numeroso, cualquier combinación de acontecimientos es posible, y pueden surgir muchos pequeños problemas que resultan extraños y sorprendentes, sin tener nada de delictivo. Ya hemos tenido experiencias de ese tipo.
-Ya lo creo -comenté-. Hasta el punto de que, de los seis últimos casos que he añadido a mis archivos, hay tres completamente libres de delito, en el aspecto legal.
-Exacto. Se refiere usted a mi intento de recuperar los papeles de Irene Adler, al curioso caso de la señorita Mary Sutherland, y a la aventura del hombre del labio retorcido. Pues bien, no me cabe duda de que este asuntillo pertenece a la misma categoría inocente. ¿Conoce usted a Peterson, el recadero?
-Sí.
-Este trofeo le pertenece.
-¿Es su sombrero?
-No, no, lo encontró. El propietario es desconocido. Le ruego que no lo mire como un sombrerucho desastrado, sino como un problema intelectual. Veamos, primero, cómo llegó aquí. Llegó la mañana de Navidad, en compañía de un ganso cebado que, no me cabe duda, ahora mismo se está asando en la cocina de Peterson. Los hechos son los siguientes. A eso de las cuatro de la mañana del día de Navidad, Peterson, que, como usted sabe, es un tipo muy honrado, regresaba de alguna pequeña celebración y se dirigía a su casa bajando por Tottenham Court Road. A la luz de las farolas vio a un hombre alto que caminaba delante de él, tambaleándose un poco y con un ganso blanco al hombro. Al llegar a la esquina de Goodge Street, se produjo una trifulca entre este desconocido y un grupillo de maleantes. Uno de éstos le quitó el sombrero de un golpe; el desconocido levantó su bastón para defenderse y, al enarbolarlo sobre su cabeza, rompió el escaparate de la tienda que tenía detrás. Peterson había echado a correr para defender al desconocido contra sus agresores, pero el hombre, asustado por haber roto el escaparate y viendo una persona de uniforme que corría hacia él, dejó caer el ganso, puso pies en polvorosa y se desvaneció en el laberinto de callejuelas que hay detrás de Tottenham Court Road. También los matones huyeron al ver aparecer a Peterson, que quedó dueño del campo de batalla y también del botín de guerra, formado por este destartalado sombrero y un impecable ejemplar de ganso de Navidad.
-¿Cómo es que no se los devolvió a su dueño?
-Mi querido amigo, en eso consiste el problema. Es cierto que en una tarjetita atada a la pata izquierda del ave decía «Para la señora de Henry Baker», y también es cierto que en el forro de este sombrero pueden leerse las iniciales «H. B.»; pero como en esta ciudad nuestra existen varios miles de Bakers y varios cientos de Henry Bakers, no resulta nada fácil devolverle a uno de ellos sus propiedades perdidas.
-¿Y qué hizo entonces Peterson?
-La misma mañana de Navidad me trajo el sombrero y el ganso, sabiendo que a mí me interesan hasta los problemas más insignificantes. Hemos guardado el ganso hasta esta mañana, cuando empezó a dar señales de que, a pesar de la helada, más valía comérselo sin retrasos innecesarios. Así pues, el hombre que lo encontró se lo ha llevado para que cumpla el destino final de todo ganso, y yo sigo en poder del sombrero del desconocido caballero que se quedó sin su cena de Navidad.
-¿No puso ningún anuncio?
-No.
-¿Y qué pistas tiene usted de su identidad?
-Sólo lo que podemos deducir.
-¿De su sombrero?
-Exactamente.
-Está usted de broma. ¿Qué se podría sacar de esa ruina de fieltro?
-Aquí tiene mi lupa. Ya conoce usted mis métodos. ¿Qué puede deducir usted referente a la personalidad del hombre que llevaba esta prenda?
Tomé el pingajo en mis manos y le di un par de vueltas de mala gana. Era un vulgar sombrero negro de copa redonda, duro y muy gastado. El forro había sido de seda roja, pero ahora estaba casi completamente descolorido. No llevaba el nombre del fabricante, pero, tal como Holmes había dicho, tenía garabateadas en un costado las iniciales «H. B.». El ala tenía presillas para sujetar una goma elástica, pero faltaba ésta. Por lo demás, estaba agrietado, lleno de polvo y cubierto de manchas, aunque parecía que habían intentado disimular las partes descoloridas pintándolas con tinta.
-No veo nada -dije, devolviéndoselo a mi amigo.
-Al contrario, Watson, lo tiene todo a la vista. Pero no es capaz de razonar a partir de lo que ve. Es usted demasiado tímido a la hora de hacer deducciones.
-Entonces, por favor, dígame qué deduce usted de este sombrero.
Lo cogió de mis manos y lo examinó con aquel aire introspectivo tan característico.
-Quizás podría haber resultado más sugerente -dijo-, pero aun así hay unas cuantas deducciones muy claras, y otras que presentan, por lo menos, un fuerte saldo de probabilidad. Por supuesto, salta a la vista que el propietario es un hombre de elevada inteligencia, y también que hace menos de tres años era bastante rico, aunque en la actualidad atraviesa malos momentos. Era un hombre previsor, pero ahora no lo es tanto, lo cual parece indicar una regresión moral que, unida a su declive económico, podría significar que sobre él actúa alguna influencia maligna, probablemente la bebida. Esto podría explicar también el hecho evidente de que su mujer ha dejado de amarle.
-¡Pero... Holmes, por favor!
-Sin embargo, aún conserva un cierto grado de amor propio -continuó, sin hacer caso de mis protestas-. Es un hombre que lleva una vida sedentaria, sale poco, se encuentra en muy mala forma física, de edad madura, y con el pelo gris, que se ha cortado hace pocos días y en el que se aplica fijador. Éstos son los datos más aparentes que se deducen de este sombrero. Además, dicho sea de paso, es sumamente improbable que tenga instalación de gas en su casa.
-Se burla usted de mí, Holmes.
-Ni muchos menos. ¿Es posible que aún ahora, cuando le acabo de dar los resultados, sea usted incapaz de ver cómo los he obtenido?
-No cabe duda de que soy un estúpido, pero tengo que confesar que soy incapaz de seguirle. Por ejemplo: ¿de dónde saca que el hombre es inteligente?
A modo de respuesta, Holmes se encasquetó el sombrero en la cabeza. Le cubría por completo la frente y quedó apoyado en el puente de la nariz.
-Cuestión de capacidad cúbica -dijo-. Un hombre con un cerebro tan grande tiene que tener algo dentro.
-¿Y su declive económico?
-Este sombrero tiene tres años. Fue por entonces cuando salieron estas alas planas y curvadas por los bordes. Es un sombrero de la mejor calidad. Fíjese en la cinta de seda con remates y en la excelente calidad del forro. Si este hombre podía permitirse comprar un sombrero tan caro hace tres años, y desde entonces no ha comprado otro, es indudable que ha venido a menos.
-Bueno, sí, desde luego eso está claro. ¿Y eso de que era previsor, y lo de la regresión moral?
Sherlock Holmes se echó a reír.
-Aquí está la precisión -dijo, señalando con el dedo la presilla para enganchar la goma sujetasombreros-. Ningún sombrero se vende con esto. El que nuestro hombre lo hiciera poner es señal de un cierto nivel de previsión, ya que se tomó la molestia de adoptar esta precaución contra el viento. Pero como vemos que desde entonces se le ha roto la goma y no se ha molestado en cambiarla, resulta evidente que ya no es tan previsor como antes, lo que demuestra claramente que su carácter se debilita. Por otra parte, ha procurado disimular algunas de las manchas pintándolas con tinta, señal de que no ha perdido por completo su amor propio.
-Desde luego, es un razonamiento plausible.
-Los otros detalles, lo de la edad madura, el cabello gris, el reciente corte de pelo y el fijador, se advierten examinando con atención la parte inferior del forro. La lupa revela una gran cantidad de puntas de cabello, limpiamente cortadas por la tijera del peluquero. Todos están pegajosos, y se nota un inconfundible olor a fijador. Este polvo, fíjese usted, no es el polvo gris y terroso de la calle, sino la pelusilla parda de las casas, lo cual demuestra que ha permanecido colgado dentro de casa la mayor parte del tiempo; y las manchas de sudor del interior son una prueba palpable de que el propietario transpira abundantemente y, por lo tanto, difícilmente puede encontrarse en buena forma física.
-Pero lo de su mujer... dice usted que ha dejado de amarle.
-Este sombrero no se ha cepillado en semanas. Cuando le vea a usted, querido Watson, con polvo de una semana acumulado en el sombrero, y su esposa le deje salir en semejante estado, también sospecharé que ha tenido la desgracia de perder el cariño de su mujer.
-Pero podría tratarse de un soltero.
-No, llevaba a casa el ganso como ofrenda de paz a su mujer. Recuerde la tarjeta atada a la pata del ave.
-Tiene usted respuesta para todo. Pero ¿cómo demonios ha deducido que no hay instalación de gas en su casa?
-Una mancha de sebo, e incluso dos, pueden caer por casualidad; pero cuando veo nada menos que cinco, creo que existen pocas dudas de que este individuo entra en frecuente contacto con sebo ardiendo; probablemente, sube las escaleras cada noche con el sombrero en una mano y un candil goteante en la otra. En cualquier caso, un aplique de gas no produce manchas de sebo. ¿Está usted satisfecho?
-Bueno, es muy ingenioso -dije, echándome a reír-. Pero, puesto que no se ha cometido ningún delito, como antes decíamos, y no se ha producido ningún daño, a excepción del extravío de un ganso, todo esto me parece un despilfarro de energía.
Sherlock Holmes había abierto la boca para responder cuando la puerta se abrió de par en par y Peterson el recadero entró en la habitación con el rostro enrojecido y una expresión de asombro sin límites.
-¡El ganso, señor Holmes! ¡El ganso, señor! -decía jadeante.
-¿Eh? ¿Qué pasa con él? ¿Ha vuelto a la vida y ha salido volando por la ventana de la cocina? -Holmes rodó sobre el sofá para ver mejor la cara excitada del hombre.
-¡Mire, señor! ¡Vea lo que ha encontrado mi mujer en el buche! -extendió la mano y mostró en el centro de la palma una piedra azul de brillo deslumbrador, bastante más pequeña que una alubia, pero tan pura y radiante que centelleaba como una luz eléctrica en el hueco oscuro de la mano.
Sherlock Holmes se incorporó lanzando un silbido.
-¡Por Júpiter, Peterson! -exclamó-. ¡A eso le llamo yo encontrar un tesoro! Supongo que sabe lo que tiene en la mano.
-¡Un diamante, señor! ¡Una piedra preciosa! ¡Corta el cristal como si fuera masilla!
-Es más que una piedra preciosa. Es la piedra preciosa.
-¿No se referirá al carbunclo azul de la condesa de Morcar? -exclamé yo.
-Precisamente. No podría dejar de reconocer su tamaño y forma, después de haber estado leyendo el anuncio en el Times tantos días seguidos. Es una piedra absolutamente única, y sobre su valor sólo se pueden hacer conjeturas, pero la recompensa que se ofrece, mil libras esterlinas, no llega ni a la vigésima parte de su precio en el mercado.
-¡Mil libras! ¡Santo Dios misericordioso! -el recadero se desplomó sobre una silla, mirándonos alternativamente a uno y a otro.
-Ésa es la recompensa, y tengo razones para creer que existen consideraciones sentimentales en la historia de esa piedra que harían que la condesa se desprendiera de la mitad de su fortuna con tal de recuperarla.
-Si no recuerdo mal, desapareció en el hotel Cosmopolitan -comenté.
-Exactamente, el 22 de diciembre, hace cinco días. John Horner, fontanero, fue acusado de haberla sustraído del joyero de la señora. Las pruebas en su contra eran tan sólidas que el caso ha pasado ya a los tribunales. Creo que tengo por aquí un informe -rebuscó entre los periódicos, consultando las fechas, hasta que seleccionó uno, lo dobló y leyó el siguiente párrafo:
«Robo de joyas en el hotel Cosmopolitan. John Horner, de 26 años, fontanero, ha sido detenido bajo la acusación de haber sustraído, el 22 del corriente, del joyero de la condesa de Morcar, la valiosa piedra conocida como "el carbunclo azul". James Ryder, jefe de servicio del hotel, declaró que el día del robo había conducido a Horner al gabinete de la condesa de Morcar, para que soldara el segundo barrote de la rejilla de la chimenea, que estaba suelto. Permaneció un rato junto a Horner, pero al cabo de algún tiempo tuvo que ausentarse. Al regresar comprobó que Horner había desaparecido, que el escritorio había sido forzado y que el cofrecillo de tafilete en el que, según se supo luego, la condesa acostumbraba a guardar la joya, estaba tirado, vacío, sobre el tocador. Ryder dio la alarma al instante, y Horner fue detenido esa misma noche, pero no se pudo encontrar la piedra en su poder ni en su domicilio. Catherine Cusack, doncella de la condesa, declaró haber oído el grito de angustia que profirió Ryder al descubrir el robo, y haber corrido a la habitación, donde se encontró con la situación ya descrita por el anterior testigo. El inspector Bradstreet, de la División B, confirmó la detención de Horner, que se resistió violentamente y declaró su inocencia en los términos más enérgicos. Al existir constancia de que el detenido había sufrido una condena anterior por robo, el magistrado se negó a tratar sumariamente el caso, remitiéndolo a un tribunal superior. Horner, que dio muestras de intensa emoción durante las diligencias, se desmayó al oír la decisión y tuvo que ser sacado de la sala.»
-¡Hum! Hasta aquí, el informe de la policía -dijo Holmes, pensativo-. Ahora, la cuestión es dilucidar la cadena de acontecimientos que van desde un joyero desvalijado, en un extremo, al buche de un ganso en Tottenham Court Road, en el otro. Como ve, Watson, nuestras pequeñas deducciones han adquirido de pronto un aspecto mucho más importante y menos inocente. Aquí está la piedra; la piedra vino del ganso y el ganso vino del señor Henry Baker, el caballero del sombrero raído y todas las demás características con las que le he estado aburriendo. Así que tendremos que ponernos muy en serio a la tarea de localizar a este caballero y determinar el papel que ha desempeñado en este pequeño misterio. Y para eso, empezaremos por el método más sencillo, que sin duda consiste en poner un anuncio en todos los periódicos de la tarde. Si esto falla, recurriremos a otros métodos.
-¿Qué va usted a decir?
-Deme un lápiz y esa hoja de papel. Vamos a ver: «Encontrados un ganso y un sombrero negro de fieltro en la esquina de Goodge Street. El señor Henry Baker puede recuperarlos presentándose esta tarde a las 6,30 en el 221 B de Baker Street». Claro y conciso.
-Mucho. Pero ¿lo verá él?
-Bueno, desde luego mirará los periódicos, porque para un hombre pobre se trata de una pérdida importante. No cabe duda de que se asustó tanto al romper el escaparate y ver acercarse a Peterson que no pensó más que en huir; pero luego debe de haberse arrepentido del impulso que le hizo soltar el ave. Pero además, al incluir su nombre nos aseguramos de que lo vea, porque todos los que le conozcan se lo harán notar. Aquí tiene, Peterson, corra a la agencia y que inserten este anuncio en los periódicos de la tarde.
-¿En cuáles, señor?
-Oh, pues en el Globe, el Star, el Pall Mall, la St.James Gazette , el Evening News, el Standard, el Echo y cualquier otro que se le ocurra.
-Muy bien, señor. ¿Y la piedra?
-Ah, sí, yo guardaré la piedra. Gracias. Y oiga, Peterson, en el camino de vuelta compre un ganso y tráigalo aquí, porque tenemos que darle uno a este caballero a cambio del que se está comiendo su familia.
Cuando el recadero se hubo marchado, Holmes levantó la piedra y la miró al trasluz.
-¡Qué maravilla! -dijo-. Fíjese cómo brilla y centellea. Por supuesto, esto es como un imán para el crimen, lo mismo que todas las buenas piedras preciosas. Son el cebo favorito del diablo. En las piedras más grandes y más antiguas, se puede decir que cada faceta equivale a un crimen sangriento. Esta piedra aún no tiene ni veinte años de edad. La encontraron a orillas del río Amoy, en el sur de China, y presenta la particularidad de poseer todas las características del carbunclo, salvo que es de color azul en lugar de rojo rubí. A pesar de su juventud, ya cuenta con un siniestro historial. Ha habido dos asesinatos, un atentado con vitriolo, un suicidio y varios robos, todo por culpa de estos doce kilates de carbón cristalizado. ¿Quién pensaría que tan hermoso juguete es un proveedor de carne para el patíbulo y la cárcel? Lo guardaré en mi caja fuerte y le escribiré unas líneas a la condesa, avisándole de que lo tenemos.
-¿Cree usted que ese Horner es inocente?
-No lo puedo saber.
-Entonces, ¿cree usted que este otro, Henry Baker, tiene algo que ver con el asunto?
-Me parece mucho más probable que Henry Baker sea un hombre completamente inocente, que no tenía ni idea de que el ave que llevaba valía mucho más que si estuviera hecha de oro macizo. No obstante, eso lo comprobaremos mediante una sencilla prueba si recibimos respuesta a nuestro anuncio.
-¿Y hasta entonces no puede hacer nada?
-Nada.
-En tal caso, continuaré mi ronda profesional, pero volveré esta tarde a la hora indicada, porque me gustaría presenciar la solución a un asunto tan embrollado.
-Encantado de verle. Cenaré a las siete. Creo que hay becada. Por cierto que, en vista de los recientes acontecimientos, quizás deba decirle a la señora Hudson que examine cuidadosamente el buche.
Me entretuve con un paciente, y era ya más tarde de las seis y media cuando pude volver a Baker Street. Al acercarme a la casa vi a un hombre alto con boina escocesa y chaqueta abotonada hasta la barbilla, que aguardaba en el brillante semicírculo de luz de la entrada. Justo cuando yo llegaba, la puerta se abrió y nos hicieron entrar juntos a los aposentos de Holmes.
-El señor Henry Baker, supongo -dijo Holmes, levantándose de su butaca y saludando al visitante con aquel aire de jovialidad espontánea que tan fácil le resultaba adoptar-. Por favor, siéntese aquí junto al fuego, señor Baker. Hace frío esta noche, y veo que su circulación se adapta mejor al verano que al invierno. Ah, Watson, llega usted muy a punto. ¿Es éste su sombrero, señor Baker?
-Sí, señor, es mi sombrero, sin duda alguna.
Era un hombre corpulento, de hombros cargados, cabeza voluminosa y un rostro amplio e inteligente, rematado por una barba puntiaguda, de color castaño canoso. Un toque de color en la nariz y las mejillas, junto con un ligero temblor en su mano extendida, me recordaron la suposición de Holmes acerca de sus hábitos. Su levita, negra y raída, estaba abotonada hasta arriba, con el cuello alzado, y sus flacas muñecas salían de las mangas sin que se advirtieran indicios de puños ni de camisa. Hablaba en voz baja y entrecortada, eligiendo cuidadosamente sus palabras, y en general daba la impresión de un hombre culto e instruido, maltratado por la fortuna.
-Hemos guardado estas cosas durante varios días -dijo Holmes- porque esperábamos ver un anuncio suyo, dando su dirección. No entiendo cómo no puso usted el anuncio.
Nuestro visitante emitió una risa avergonzada.
-No ando tan abundante de chelines como en otros tiempos -dijo-. Estaba convencido de que la pandilla de maleantes que me asaltó se había llevado mi sombrero y el ganso. No tenía intención de gastar más dinero en un vano intento de recuperarlos.
-Es muy natural. A propósito del ave... nos vimos obligados a comérnosla.
-¡Se la comieron! -nuestro visitante estaba tan excitado que casi se levantó de la silla.
-Sí; de no hacerlo no le habría aprovechado a nadie. Pero supongo que este otro ganso que hay sobre el aparador, que pesa aproximadamente lo mismo y está perfectamente fresco, servirá igual de bien para sus propósitos.
-¡Oh, desde luego, desde luego! -respondió el señor Baker con un suspiro de alivio.
-Por supuesto, aún tenemos las plumas, las patas, el buche y demás restos de su ganso, así que si usted quiere...
El hombre se echó a reír de buena gana.
-Podrían servirme como recuerdo de la aventura -dijo-, pero aparte de eso, no veo de qué utilidad me iban a resultar los disjecta membra de mi difunto amigo. No, señor, creo que, con su permiso, limitaré mis atenciones a la excelente ave que veo sobre el aparador.
Sherlock Holmes me lanzó una intensa mirada de reojo, acompañada de un encogimiento de hombros.
-Pues aquí tiene usted su sombrero, y aquí su ave -dijo-. Por cierto, ¿le importaría decirme dónde adquirió el otro ganso? Soy bastante aficionado a las aves de corral y pocas veces he visto una mejor criada.
-Desde luego, señor -dijo Baker, que se había levantado, con su recién adquirida propiedad bajo el brazo-. Algunos de nosotros frecuentamos el mesón Alpha, cerca del museo... Durante el día, sabe usted, nos encontramos en el museo mismo. Este año, el patrón, que se llama Windigate, estableció un Club del Ganso, en el que, pagando unos pocos peniques cada semana, recibiríamos un ganso por Navidad. Pagué religiosamente mis peniques, y el resto ya lo conoce usted. Le estoy muy agradecido, señor, pues una boina escocesa no resulta adecuada ni para mis años ni para mi carácter discreto.
Con cómica pomposidad, nos dedicó una solemne reverencia y se marchó por su camino.
-Con esto queda liquidado el señor Henry Baker -dijo Holmes, después de cerrar la puerta tras él-. Es indudable que no sabe nada del asunto. ¿Tiene usted hambre, Watson?
-No demasiada.
-Entonces, le propongo que aplacemos la cena y sigamos esta pista mientras aún esté fresca.
-Con mucho gusto.
Hacía una noche muy cruda, de manera que nos pusimos nuestros gabanes y nos envolvimos el cuello con bufandas. En el exterior, las estrellas brillaban con luz fría en un cielo sin nubes, y el aliento de los transeúntes despedía tanto humo como un pistoletazo. Nuestras pisadas resonaban fuertes y secas mientras cruzábamos el barrio de los médicos, Wimpole Street, Harley Street y Wigmore Street, hasta desembocar en Oxford Street. Al cabo de un cuarto de hora nos encontrábamos en Bloomsbury, frente al mesón Alpha, que es un pequeño establecimiento público situado en la esquina de una de las calles que se dirigen a Holborn. Holmes abrió la puerta del bar y pidió dos vasos de cerveza al dueño, un hombre de cara colorada y delantal blanco.
-Su cerveza debe de ser excelente, si es tan buena como sus gansos -dijo.
-¡Mis gansos! -el hombre parecía sorprendido.
-Sí. Hace tan sólo media hora, he estado hablando con el señor Henry Baker, que es miembro de su Club del Ganso.
-¡Ah, ya comprendo! Pero, verá usted, señor, los gansos no son míos.
-¿Ah, no? ¿De quién son, entonces?
-Bueno, le compré las dos docenas a un vendedor de Covent Garden.
-¿De verdad? Conozco a algunos de ellos. ¿Cuál fue?
-Se llama Breckinridge.
-¡Ah! No le conozco. Bueno, a su salud, patrón, y por la prosperidad de su casa. Buenas noches.
-Y ahora, vamos por el señor Breckinridge -continuó, abotonándose el gabán mientras salíamos al aire helado de la calle-. Recuerde, Watson, que aunque tengamos a un extremo de la cadena una cosa tan vulgar como un ganso, en el otro tenemos un hombre que se va a pasar siete años de trabajos forzados, a menos que podamos demostrar su inocencia. Es posible que nuestra investigación confirme su culpabilidad; pero, en cualquier caso, tenemos una línea de investigación que la policía no ha encontrado y que una increíble casualidad ha puesto en nuestras manos. Sigámosla hasta su último extremo. ¡Rumbo al sur, pues, y a paso ligero!
Atravesamos Holborn, bajando por Endell Street, y zigzagueamos por una serie de callejuelas hasta llegar al mercado de Covent Garden. Uno de los puestos más grandes tenía encima el rótulo de Breckinridge, y el dueño, un hombre con aspecto de caballo, de cara astuta y patillas recortadas, estaba ayudando a un muchacho a echar el cierre.
-Buenas noches, y fresquitas -dijo Holmes.
El vendedor asintió y dirigió una mirada inquisitiva a mi compañero.
-Por lo que veo, se le han terminado los gansos -continuó Holmes, señalando los estantes de mármol vacíos.
-Mañana por la mañana podré venderle quinientos.
-Eso no me sirve.
-Bueno, quedan algunos que han cogido olor a gas.
-Oiga, que vengo recomendado.
-¿Por quién?
-Por el dueño del Alpha.
-Ah, sí. Le envié un par de docenas.
-Y de muy buena calidad. ¿De dónde los sacó usted?
Ante mi sorpresa, la pregunta provocó un estallido de cólera en el vendedor.
-Oiga usted, señor -dijo con la cabeza erguida y los brazos en jarras-. ¿Adónde quiere llegar? Me gustan las cosas claritas.
-He sido bastante claro. Me gustaría saber quién le vendió los gansos que suministró al Alpha.
-Y yo no quiero decírselo. ¿Qué pasa?
-Oh, la cosa no tiene importancia. Pero no sé por qué se pone usted así por una nimiedad.
-¡Me pongo como quiero! ¡Y usted también se pondría así si le fastidiasen tanto como a mí! Cuando pago buen dinero por un buen artículo, ahí debe terminar la cosa. ¿A qué viene tanto «¿Dónde están los gansos?» y «¿A quién le ha vendido los gansos?» y «¿Cuánto quiere usted por los gansos?» Cualquiera diría que no hay otros gansos en el mundo, a juzgar por el alboroto que se arma con ellos.
-Le aseguro que no tengo relación alguna con los que le han estado interrogando -dijo Holmes con tono indiferente-. Si no nos lo quiere decir, la apuesta se queda en nada. Pero me considero un entendido en aves de corral y he apostado cinco libras a que el ave que me comí es de campo.
-Pues ha perdido usted sus cinco libras, porque fue criada en Londres -atajó el vendedor.
-De eso, nada.
-Le digo yo que sí.
-No le creo.
-¿Se cree que sabe de aves más que yo, que vengo manejándolas desde que era un mocoso? Le digo que todos los gansos que le vendí al Alpha eran de Londres.
-No conseguirá convencerme.
-¿Quiere apostar algo?
-Es como robarle el dinero, porque me consta que tengo razón. Pero le apuesto un soberano, sólo para que aprenda a no ser tan terco.
El vendedor se rió por lo bajo y dijo:
-Tráeme los libros, Bill.
El muchacho trajo un librito muy fino y otro muy grande con tapas grasientas, y los colocó juntos bajo la lámpara.
-Y ahora, señor Sabelotodo -dijo el vendedor-, creía que no me quedaban gansos, pero ya verá cómo aún me queda uno en la tienda. ¿Ve usted este librito?
-Sí, ¿y qué?
-Es la lista de mis proveedores. ¿Ve usted? Pues bien, en esta página están los del campo, y detrás de cada nombre hay un número que indica la página de su cuenta en el libro mayor. ¡Veamos ahora! ¿Ve esta otra página en tinta roja? Pues es la lista de mis proveedores de la ciudad. Ahora, fíjese en el tercer nombre. Léamelo.
-Señora Oakshott,117 Brixton Road... 249 -leyó Holmes.
-Exacto. Ahora, busque esa página en el libro mayor. Holmes buscó la página indicada.
-Aquí está: señora Oakshott, 117 Brixton Road, proveedores de huevos y pollería.
-Muy bien. ¿Cuáles la última entrada?
-Veintidós de diciembre. Veinticuatro gansos a siete chelines y seis peniques.
-Exacto. Ahí lo tiene. ¿Qué pone debajo?
-Vendidos al señor Windigate, del Alpha, a doce chelines.
-¿Qué me dice usted ahora?
Sherlock Holmes parecía profundamente disgustado. Sacó un soberano del bolsillo y lo arrojó sobre el mostrador, retirándose con el aire de quien está tan fastidiado que incluso le faltan las palabras. A los pocos metros se detuvo bajo un farol y se echó a reír de aquel modo alegre y silencioso tan característico en él.

-Cuando vea usted un hombre con patillas recortadas de ese modo y el «Pink'Up» asomándole del bolsillo, puede estar seguro de que siempre se le podrá sonsacar mediante una apuesta -dijo-. Me atrevería a decir que si le hubiera puesto delante cien libras, el tipo no me habría dado una información tan completa como la que le saqué haciéndole creer que me ganaba una apuesta. Bien, Watson, me parece que nos vamos acercando al foral de nuestra investigación, y lo único que queda por determinar es si debemos visitar a esta señora Oakshott esta misma noche o si lo dejamos para mañana. Por lo que dijo ese tipo tan malhumorado, está claro que hay otras personas interesadas en el asunto, aparte de nosotros, y yo creo...
Sus comentarios se vieron interrumpidos de pronto por un fuerte vocerío procedente del puesto que acabábamos de abandonar. Al darnos la vuelta, vimos a un sujeto pequeño y con cara de rata, de pie en el centro del círculo de luz proyectado por la lámpara colgante, mientras Breckinridge, el tendero, enmarcado en la puerta de su establecimiento, agitaba ferozmente sus puños en dirección a la figura encogida del otro.
-¡Ya estoy harto de ustedes y sus gansos! -gritaba-. ¡Váyanse todos al diablo! Si vuelven a fastidiarme con sus tonterías, les soltaré el perro. Que venga aquí la señora Oakshott y le contestaré, pero ¿a usted qué le importa? ¿Acaso le compré a usted los gansos?
-No, pero uno de ellos era mío -gimió el hombrecillo.
-Pues pídaselo a la señora Oakshott.
-Ella me dijo que se lo pidiera a usted.
-Pues, por mí, se lo puede ir a pedir al rey de Prusia. Yo ya no aguanto más. ¡Largo de aquí!
Dio unos pasos hacia delante con gesto feroz y el preguntón se esfumó entre las tinieblas.
-Ajá, esto puede ahorrarnos una visita a Brixton Road -susurró Holmes-. Venga conmigo y veremos qué podemos sacarle a ese tipo.
Avanzando a largas zancadas entre los reducidos grupillos de gente que aún rondaban en torno a los puestos iluminados, mi compañero no tardó en alcanzar al hombrecillo y le tocó con la mano en el hombro. El individuo se volvió bruscamente y pude ver a la luz de gas que de su cara había desaparecido todo rastro de color.
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere? -preguntó con voz temblorosa.
-Perdone usted -dijo Holmes en tono suave-, pero no he podido evitar oír lo que le preguntaba hace un momento al tendero, y creo que yo podría ayudarle.
-¿Usted? ¿Quién es usted? ¿Cómo puede saber nada de este asunto?
-Me llamo Sherlock Holmes, y mi trabajo consiste en saber lo que otros no saben.
-Pero usted no puede saber nada de esto.
-Perdone, pero lo sé todo. Anda usted buscando unos gansos que la señora Oakshott , de Brixton Road, vendió a un tendero llamado Breckinridge, y que éste a su vez vendió al señor Windigate, del Alpha, y éste a su club, uno de cuyos miembros es el señor Henry Baker.
-Ah, señor, es usted el hombre que yo necesito -exclamó el hombrecillo, con las manos extendidas y los dedos temblorosos-. Me sería difícil explicarle el interés que tengo en este asunto.
Sherlock Holmes hizo señas a un coche que pasaba.
-En tal caso, lo mejor sería hablar de ello en una habitación confortable, y no en este mercado azotado por el viento -dijo-. Pero antes de seguir adelante, dígame por favor a quién tengo el placer de ayudar.
El hombre vaciló un instante.
-Me llamo Jo hn Robinson -respondió, con una mirada de soslayo.
-No, no, el nombre verdadero -dijo Holmes en tono amable-. Siempre resulta incómodo tratar de negocios con un alias.
Un súbito rubor cubrió las blancas mejillas del desconocido.
-Está bien, mi verdadero nombre es James Ryder.
-Eso es. Jefe de servicio del hotel Cosmopolitan. Por favor, suba al coche y pronto podré informarle de todo lo que desea saber.
El hombrecillo se nos quedó mirando con ojos medio asustados y medio esperanzados, como quien no está seguro de si le aguarda un golpe de suerte o una catástrofe. Subió por fin al coche, y al cabo de media hora nos encontrábamos de vuelta en la sala de estar de Baker Street. No se había pronunciado una sola palabra durante todo el trayecto, pero la respiración agitada de nuestro nuevo acompañante y su continuo abrir y cerrar de manos hablaban bien a las claras de la tensión nerviosa que le dominaba.
-¡Henos aquí! -dijo Holmes alegremente cuando penetramos en la habitación-. Un buen fuego es lo más adecuado para este tiempo. Parece que tiene usted frío, señor Ryder. Por favor, siéntese en el sillón de mimbre. Permita que me ponga las zapatillas antes de zanjar este asuntillo suyo. ¡Ya está! ¿Así que quiere usted saber lo que fue de aquellos gansos?
-Sí, señor.
-O más bien, deberíamos decir de aquel ganso. Me parece que lo que le interesaba era un ave concreta... blanca, con una franja negra en la cola.
Ryder se estremeció de emoción.
-¡Oh, señor! -exclamó-. ¿Puede usted decirme dónde fue a parar?
-Aquí.
-¿Aquí?
-Sí, y resultó ser un ave de lo más notable. No me extraña que le interese tanto. Como que puso un huevo después de muerta... el huevo azul más pequeño, precioso y brillante que jamás se ha visto. Lo tengo aquí en mi museo.
Nuestro visitante se puso en pie, tambaleándose, y se agarró con la mano derecha a la repisa de la chimenea. Holmes abrió su caja fuerte y mostró el carbunclo azul, que brillaba como una estrella, con un resplandor frío que irradiaba en todas direcciones. Ryder se lo quedó mirando con las facciones contraídas, sin decidirse entre reclamarlo o negar todo conocimiento del mismo.
-Se acabó el juego, Ryder -dijo Holmes muy tranquilo-. Sosténgase, hombre, que se va a caer al fuego. Ayúdele a sentarse, Watson. Le falta sangre fría para meterse en robos impunemente. Dele un trago de brandy. Así. Ahora parece un poco más humano. ¡Menudo mequetrefe, ya lo creo!
Durante un momento había estado a punto de desplomarse, pero el brandy hizo subir un toque de color a sus mejillas, y permaneció sentado, mirando con ojos asustados a su acusador.
-Tengo ya en mis manos casi todos los eslabones y las pruebas que podría necesitar, así que es poco lo que puede usted decirme. No obstante, hay que aclarar ese poco para que el caso quede completo. ¿Había usted oído hablar de esta piedra de la condesa de Morcar, Ryder?
-Fue Catherine Cusack quien me habló de ella -dijo el hombre con voz cascada.
-Ya veo. La doncella de la señora. Bien , la tentación de hacerse rico de golpe y con facilidad fue demasiado fuerte para usted, como lo ha sido antes para hombres mejores que usted; pero no se ha mostrado muy escrupuloso en los métodos empleados. Me parece, Ryder, que tiene usted madera de bellaco miserable. Sabía que ese pobre fontanero, Horner, había estado complicado hace tiempo en un asunto semejante, y que eso le convertiría en el blanco de todas las sospechas. ¿Y qué hizo entonces? Usted y su cómplice Cusack hicieron un pequeño estropicio en el cuarto de la señora y se las arreglaron para que hiciesen llamar a Horner. Y luego, después de que Horner se marchara, desvalijaron el joyero, dieron la alarma e hicieron detener a ese pobre hombre. A continuación...
De pronto, Ryder se dejó caer sobre la alfombra y se agarró a las rodillas de mi compañero.
-¡Por amor de Dios, tenga compasión! -chillaba-. ¡Piense en mi padre! ¡En mi madre! Esto les rompería el corazón. Jamás hice nada malo antes, y no lo volveré a hacer. ¡Lo juro! ¡Lo juro sobre la Biblia! ¡No me lleve a los tribunales! ¡Por amor de Cristo, no lo haga!
-¡Vuelva a sentarse en la silla! -dijo Holmes rudamente-. Es muy bonito eso de llorar y arrastrarse ahora, pero bien poco pensó usted en ese pobre Horner, preso por un delito del que no sabe nada.
-Huiré, señor Holmes. Saldré del país. Así tendrán que retirar los cargos contra él.
-¡Hum! Ya hablaremos de eso. Y ahora, oigamos la auténtica versión del siguiente acto. ¿Cómo llegó la piedra al buche del ganso, y cómo llegó el ganso al mercado público? Díganos la verdad, porque en ello reside su única esperanza de salvación.
Ryder se pasó la lengua por los labios resecos.
-Le diré lo que sucedió, señor -dijo-. Una vez detenido Horner, me pareció que lo mejor sería esconder la piedra cuanto antes, porque no sabía en qué momento se le podía ocurrir a la policía registrarme a mí y mi habitación. En el hotel no había ningún escondite seguro. Salí como si fuera a hacer un recado y me fui a casa de mi hermana, que está casada con un tipo llamado Oakshott y vive en Brixton Road, donde se dedica a engordar gansos para el mercado. Durante todo el camino, cada hombre que veía se me antojaba un policía o un detective, y aunque hacía una noche bastante fría, antes de llegar a Brixton Road me chorreaba el sudor por toda la cara. Mi hermana me preguntó qué me ocurría para estar tan pálido, pero le dije que estaba nervioso por el robo de joyas en el hotel. Luego me fui al patio trasero, me fumé una pipa y traté de decidir qué era lo que más me convenía hacer.
»En otros tiempos tuve un amigo llamado Maudsley que se fue por el mal camino y acaba de cumplir condena en Pentonville. Un día nos encontramos y se puso a hablarme sobre las diversas clases de ladrones y cómo se deshacían de lo robado. Sabía que no me delataría, porque yo conocía un par de asuntillos suyos, así que decidí ir a Kilburn, que es donde vive, y confiarle mi situación. Él me indicará cómo convertir la piedra en dinero. Pero ¿cómo llegar hasta él sin contratiempos? Pensé en la angustia que había pasado viniendo del hotel, pensando que en cualquier momento me podían detener y registrar, y que encontrarían la piedra en el bolsillo de mi chaleco. En aquel momento estaba apoyado en la pared, mirando a los gansos que correteaban alrededor de mis pies, y de pronto se me ocurrió una idea para burlar al mejor detective que haya existido en el mundo.
»Unas semanas antes, mi hermana me había dicho que podía elegir uno de sus gansos como regalo de Navidad, y yo sabía que siempre cumplía su palabra. Cogería ahora mismo mi ganso y en su interior llevaría la piedra hasta Kilburn. Había en el patio un pequeño cobertizo, y me metí detrás de él con uno de los gansos, un magnífico ejemplar, blanco y con una franja en la cola. Lo sujeté, le abrí el pico y le metí la piedra por el gaznate, tan abajo como pude llegar con los dedos. El pájaro tragó, y sentí la piedra pasar por la garganta y llegar al buche. Pero el animal forcejeaba y aleteaba, y mi hermana salió a ver qué ocurría. Cuando me volví para hablarle, el bicho se me escapó y regresó dando un pequeño vuelo entre sus compañeros.
»-¿Qué estás haciendo con ese ganso, Jem? -preguntó mi hermana.
»-Bueno -dije-, como dijiste que me ibas a regalar uno por Navidad, estaba mirando cuál es el más gordo.
»-Oh, ya hemos apartado uno para ti -dijo ella-. Lo llamamos el ganso de Jem. Es aquel grande y blanco. En total hay veintiséis; o sea, uno para ti, otro para nosotros y dos docenas para vender.
»-Gracias, Maggie -dije yo-. Pero, si te da lo mismo, prefiero ese otro que estaba examinando.
»-El otro pesa por lo menos tres libras más -dijo ella-, y lo hemos engordado expresamente para ti.
»-No importa. Prefiero el otro, y me lo voy a llevar ahora -dije.
»-Bueno, como quieras -dijo ella, un poco mosqueada-. ¿Cuál es el que dices que quieres?
»-Aquel blanco con una raya en la cola, que está justo en medio.
»-De acuerdo. Mátalo y te lo llevas.
»Así lo hice, señor Holmes, y me llevé el ave hasta Kilburn. Le conté a mi amigo lo que había hecho, porque es de la clase de gente a la que se le puede contar una cosa así. Se rió hasta partirse el pecho, y luego cogimos un cuchillo y abrimos el ganso. Se me encogió el corazón, porque allí no había ni rastro de la piedra, y comprendí que había cometido una terrible equivocación. Dejé el ganso, corrí a casa de mi hermana y fui derecho al patio. No había ni un ganso a la vista.
»-¿Dónde están todos, Maggie? -exclamé.
»-Se los llevaron a la tienda.
»-¿A qué tienda?
»-A la de Breckinridge , en Covent Garden.
»-¿Había otro con una raya en la cola, igual que el que yo me llevé? -pregunté.
»-Sí, Jem, había dos con raya en la cola. Jamás pude distinguirlos.
»Entonces, naturalmente, lo comprendí todo, y corrí a toda la velocidad de mis piernas en busca de ese Breckinridge; pero ya había vendido todo el lote y se negó a decirme a quién. Ya le han oído ustedes esta noche. Pues todas las veces ha sido igual. Mi hermana cree que me estoy volviendo loco. A veces, yo también lo creo. Y ahora... ahora soy un ladrón, estoy marcado, y sin haber llegado a tocar la riqueza por la que vendí mi buena fama. ¡Que Dios se apiade de mí! ¡Que Dios se apiade de mí!
Estalló en sollozos convulsivos, con la cara oculta entre las manos.
Se produjo un largo silencio, roto tan sólo por su agitada respiración y por el rítmico tamborileo de los dedos de Sherlock Holmes sobre el borde de la mesa. Por fin, mi amigo se levantó y abrió la puerta de par en par.
-¡Váyase! -dijo.
-¿Cómo, señor? ¡Oh! ¡Dios le bendiga!
-Ni una palabra más. ¡Fuera de aquí!
Y no hicieron falta más palabras. Hubo una carrera precipitada, un pataleo en la escalera, un portazo y el seco repicar de pies que corrían en la calle.
-Al fin y al cabo, Watson -dijo Holmes, estirando la mano en busca de su pipa de arcilla-, la policía no me paga para que cubra sus deficiencias. Si Horner corriera peligro, sería diferente, pero este individuo no declarará contra él, y el proceso no seguirá adelante. Supongo que estoy indultando a un delincuente, pero también es posible que esté salvando un alma. Este tipo no volverá a descarriarse. Está demasiado asustado. Métalo en la cárcel y lo convertirá en carne de presidio para el resto de su vida. Además, estamos en época de perdonar. La casualidad ha puesto en nuestro camino un problema de lo más curioso y extravagante, y su solución es recompensa suficiente. Si tiene usted la amabilidad de tirar de la campanilla, doctor, iniciaremos otra investigación, cuyo tema principal será también un ave de corral.